jueves, 5 de marzo de 2009

63 AÑOS DE ADAPTACIONES DEL PRI

El pasado 4 de marzo el Partido Revolucionario Institucional cumplió 63 años de su fundación conforme a su historia este partido debería revisar los principios que le dieron vida para que ubicara que el proyecto político que mantuvo a lo largo de 54 años quedó agotado en el momento en que perdió las elecciones del año 2000. Asumir que ayer, como lo menciona Jorge Alcocer, el PRI cumplió 80 años es una fecha e idea imprecisa, en nada se parece a aquel partido de caudillos, o partido de partidos que se conformó motivado por el proyecto callista, que autores como Tzvi Medin[1] ha señalado.

Bien le convendría observar a este partido y al mismo tiempo evaluar que su papel como “partido eje” se finiquitó incluso a la llegada de los gobiernos neoliberales en los años 80 del siglo pasado, pues el proyecto del gobierno y el proyecto del partido empezaron a contradecirse especialmente de este último, inercialmente el partido asumía su compromiso de ser el brazo electoral del  presidente, la maquinaria electoral, sin embargo esta característica no correspondía más, sobre todo la ideología tecnocrática se contraponía con el principio nacional revolucionario de un partido sin una cabeza que asumiera el compromiso de defensa y alianza con él.

Los cambios sociopolíticos en el país fueron modificándose hasta alcanzar un grado mayor de competitividad que resultó en un proceso de liberalización que permitió la incorporación de nuevos actores a la vida pública nacional, la consolidación de un régimen democrático que fue poco a poco construyéndose a partir de un nuevo marco institucional del que el producto más acabado ha sido el Instituto Federal Electoral.

Bajo este marco de competencia, donde destaca una ley electoral que procuró garantizar equidad en la campaña y permitir la institucionalización de la incertidumbre electoral se conformó un proyecto democrático pleno del que los resultados han estado a la vista: la pluralidad política ha venido a significar gobiernos de diferente ideología al partido en el poder. Incluso podemos considerar en nuestro recuento el fin del carro completo en la integración de la Cámara de Diputados espacio de representación que a partir de 1997 ya contaba con la integración de minorías políticas que por sí solas eran incapaces de lograr cambios constitucionales. Este es el escenario de cambios políticos que por vía de reformas y adecuaciones electorales sustentaron la llamada “mecánica del cambio político”[2] en México, en la que el PRI dejó de ser el partido hegemónico para convertirse en el partido mayoritario o de primera minoría.

Ese México de finales de siglo trajo cambios vertiginosos que fueron determinantes para que a casi 13 años de aquel proceso electoral se pensará en el fin del poderoso partido, incluso se pensó en el réquiem del partido oficial. La alternancia en el año 2000 demostró el fin del modelo del partido de régimen que por más de veinte años vivía tensiones ideológicas, programáticas y de acción que fueron profundizándose a lo largo de los años 80s y 90s, periodos históricos en los que ocurrieron ajustes estructurales en el modelo económico producto con mucho de la imposición del modelo neoliberal y a las crisis económicas recurrentes que vivió el país.

El fin del partido hegemónico por ende nos habla de un cambio histórico que actores dentro del PRI, no entendieron, los nuevos tiempos que se vivían tuvieron en la figura de Roberto Madrazo un actor incómodo de la vieja guardia. Este actor se hizo del partido con la firme esperanza de llegar a la presidencia, así el partido se pensó como un organismo político que catapultaría a su líder en turno con la pura inercia del voto duro, con una historia ligada a la corrupción y mal gobierno; la realidad nos demostró que un partido cuando pierde el poder requiere de un proceso interno de reorganización, de un proyecto que debe iniciar en acuerdos cupulares de reacomodo y de distribución del poder. El objetivo es claro, reconstituir la coalición dominante, pues en periodos de desestabilización producto del ambiente electoral un partido sufre afectaciones en la estructura interna por lo que se requiere de un trabajo de negociación y reconocimiento de los diversos grupos que componen el partido de “carne y hueso”.

La estrategia de Madrazo y el enfrentamiento con la entonces secretaria general del partido Elba Esther Gordillo determinó el futuro del partido: la derrota en 2006 y el tercer lugar en el proceso electoral federal. Esta situación que vivió el PRI estuvo determinada por la existencia de un candidato débil que al interior de su organización no supo negociar con los grupos internos, y que al mismo tiempo fue incapaz de leer como dirigente del partido que la alianza con el Partido Verde Ecologista era un costo mucho mayor que el beneficio; desde luego la salida de Elba Esther Gordillo representó un golpe político fuerte en la medida que anunciaba la ruptura con un sector histórico del partido: los maestros.

Volviendo a insistir con respecto al candidato, la mala lectura de Madrazo representó el final de aquel partido oficial que sin una cabeza atemperada pudiera volver a reconstituir los objetivos del partido a corto y mediano plazo.

La estrategia de Madrazo a nuestro entender se construyó a partir de su persona, creyendo que su figura bastaba y sobraba para cohesionar al partido en torno suyo, asumiendo una postura crítica con el gobierno que entregó la presidencia en el año 2000. La coalición dominante no era tal, en torno de la figura de Madrazo, las declaraciones de Gordillo filtradas a la prensa en un diálogo con el entonces gobernador de Tamaulipas así lo indicaron, la lideresa del SNTE finalmente acabó operando para Felipe Calderón con quien construyó la alianza que le permitió llegar a la presidencia.

Si no hubo una coalición dominante sólida en torno de Madrazo con mucho se debió a su errónea lectura que tuvo de la alternancia, el PRI no sólo tenía que desmarcarse del antiguo régimen con un sistema de partidos con partido hegemónico,  tenía que redefinir los objetivos políticos sobre todo con actores en ascenso: los llamados “nuevos virreyes” representaron  el nuevo poder y los negociadores directos con quien la coalición dominante del partido tenía que pactar. El resultado fue evidente, el tercer lugar en la elección de 2006 y el rechazo o desafección social que demostró la población con el partido fue evidente.

La llegada de Beatriz Paredes ofrece un nuevo proceso y rostro del partido pues ha venido construyendo acuerdos y permitiendo que los “virreyes” asuman en sus estados un papel central para la selección de candidatos. Es una dirigencia que ha sabido respetar las nuevas reglas del juego político en el que se ve inmersa. Un liderazgo si no gris consciente de su papel no sólo como una oposición que evita  confrontar para no ser visto como un partido rijoso; que busca negociar con las otras fuerzas para presentarse como un partido responsable en el ámbito político-parlamentario; esta habilidad política al interior del partido es utilizada para generar estabilidad en la estructura y capacidad política de negociación de la coalición y hacia el exterior muestra un cuerpo político con capacidad de representar un  proyecto alternativo que a su vez es atractivo al conjunto de la población. A nuestro entender eso es lo que las encuestas nos muestran, es lo que puede ofrecer al futuro y no por su pasado por lo que el PRI puede convertirse en un partido ganador el próximo julio de 2009, es su punto y aparte el que le garantiza  ser una fuerza política con posibilidades de llegar de nueva cuenta a la presidencia.

Por eso, este 63 aniversario de su fundación no puede ser visto como un proceso histórico integral, el partido ha vivido “adaptaciones” internas, estructurales, de sus estatutos y de las reglas no escritas que lo vuelven una fuerza política compleja de difícil data en el mundo, pues es un partido que no ha muerto por el contrario se ha fortalecido en torno de un trabajo partidario compartido, con liderazgos de dudosa honorabilidad algunos de ellos, que en su momento si quiere consolidar su ejercicio de transformación tendrá que atender conforme a sus objetivos y ambición de poder. Las encuestas hoy nos hablan de un partido que ha reducido la brecha de desafección eso es importante, pero también advirtamos del peligro si no busca métodos democráticos que le permitan espacios de vinculación con la militancia, simpatizantes y electores. Por lo menos ya demostró que el juego no es por la sobrevivencia sino por ser una alternativa política viable para el conjunto de la población. Ese es el reto para un partido que después de 2006 supo leer los nuevos tiempos a los que se enfrentaba, las encuestas de eso hablan por lo menos a cuatro meses de la primera prueba antes del inicio de la segunda parte de este mini sexenio.



[1] Tzvi Medin, El minimato presidencial. Historia política del maximato. (1928-1935), México, Editorial Era,

[2] Ver al respecto el libro de Ricardo Becerra, Pablo Salazar y José Woldenberg,  La mecánica del cambio político en México, México, Editorial Cal y Arena