lunes, 8 de junio de 2009

EL VOTO EN BLANCO: UN PROBLEMA DE MÉTODO

La democracia representativa se basa en la selección de los gobernantes mediante el procedimiento del sufragio que es emitido de manera directa por el ciudadano. Llevar a cabo este proceso esta garantizado por las cartas constitucionales de cada uno de los países que reconocen el voto universal y secreto. Los marcos normativos que regulan al proceso electoral y por ende la emisión del sufragio, en las leyes secundarias reconoce que los derechos de la ciudadanía son parte de las libertades que conforman a esta categoría, por lo que más que una obligación el voto, hoy ejercer este derecho es más un compromiso ético que político.

El sentido ético de la acción cívica que se traduce en la conformación de los gobiernos nos coloca en un dilema por una parte podemos desentendernos de los actos públicos que realice el gobierno asumiendo que su capacidad proviene de que es mandante de la totalidad de la población que integra el colectivo llamado Estado; o por otra parte tenemos a un ciudadano que reconoce que su papel esta en el centro del denominado nuevo rostro del gobierno, al mantener un intenso trabajo de corresponsabilidad. Me parece simbólicamente importante rescatar, a este actor corresponsable debido a que necesariamente estamos en presencia de un ciudadano comprometido con la defensa a ultranza del gobierno en turno, que quizá no corresponda a un militante o simpatizante del partido que se ha hecho con el triunfo y por ende del gobierno. En regímenes representativos los poderes fácticos, o contrapoderes asumen un rol o comparte espacio con una serie de actores que bajo el marco legal y legítimo del trabajo ciudadano asumen un intenso papel de vigilancia. Así surge el concepto de oposición responsable constitucionalmente, la cual se compromete a encontrar márgenes de acción para ofrecer un papel de juez social al trabajo y compromisos que estableció el partido triunfante en las urnas, con esta actividad busca que el gobierno no asuma que tiene “manos libres” para ejecutar iniciativas aunque estas mismas contravengan valores de recia raigambre en la sociedad. Incluso es indispensable pensar en que las propuestas de campaña son un primer elemento a observar, y por tanto a ser criticado si no hay en el plan de gobierno siquiera alguna mención a las promesas de campaña.

Como puede entenderse la oposición no es un grupo que se opone por oponerse se asume como interlocutor con el gobierno para defender los intereses y la visión del grupo que se reconoce ideológica y políticamente con ese partido. Lograr que la oposición asuma este rol es situarnos en ámbitos no solamente electorales, trasciende la esfera del sufragio, pues el papel vigilante de la acción del gobierno nos obliga a estar atentos a los continuos vaivenes de la política democrática. Si se sigue esta idea nos enfrentamos con que la desafección con los partidos políticos pero no con la democracia es producto de que asumimos que este régimen político mantiene rasgos proactivos que deben salir de los espacios legislativos para volverlos en piezas centrales de la vida colectiva, pero entiéndase, no para deponer un régimen democrático representativo sino para complementarlo y volver más fuerte el sistema en su conjunto. Un sistema en donde el papel del ciudadano lo lleve a ser más responsable de las decisiones públicas mediante mecanismos como es el referéndum, iniciativa popular, incluso tener la posibilidad de deponer a mandatarios que no demuestren capacidad de gobierno, esto implica reconocer que cada uno de los electores-ciudadanos son actores parcial o totalmente informados. La destitución es un factor que puede ser reconocido como un factor que vivifique la democracia pues no sólo puede concentrarse a ámbitos federales sino estatales e incluso municipales.

El voto en blanco desde esta perspectiva no es más que un acto individual que si bien será agrupado como un sector de la población no implica que la mayoría esta detrás de esta postura ciudadana. Por el contrario, ocupará un lugar más dentro del espectro de las múltiples minorías que son derrotadas en cualquier proceso electoral. Incluso podemos ubicar que la contabilización del sufragio al concluir la jornada electoral establece que después de retirar los votos nulos y los votos en blanco se lleve a cabo el proceso de conteo que deriva en el conocimiento de los respectivos triunfadores del proceso electoral del que se trate. En virtud de lo anterior, no se conculca una conciencia cívica con el agregado de multitudes en un acto que nos coloca en una misma posición que surge de nuestra desafección con las fuerzas políticas existentes, con su medroso trabajo, con sus enquistados líderes pero sobre todo es el modelo el que no camina correctamente, es hora de modificarlo. La insatisfacción es un buen motivo para pensar en que debe cambiar, las propuestas deben venir ahora, antes incluso de la jornada electoral y no que el acto de emitir el voto se asuma como una revolución blanca, blanca porque no nos reconocemos en quienes nos desean representar. Asumo que se ha iniciado un interesante proceso que requiere sistematización para que articule una propuesta que permita una salida que sea arropada por su innovación y penetración social, en la que no sólo se encuentren los ciudadanos que hoy manifiestan su agravio, sino también aquellos que aun creen en la política tal y como hoy se conduce, o en aquellas personas que emiten un sufragio anulando todas las opciones habidas. Porque es justo reconocer que el voto en blanco no es el voto nulo, dos cosas que se echan en el mismo saco pero que significan distinto, hay que ver el resultado de esta campaña.

Mi sentido de la orientación me lleva a señalar que es un problema de método, no es el proceso electoral el que sufre de cansancio es el modelo, y creo que su cabal salud depende de todos. Y como un acto de responsabilidad de nosotros los ciudadanos, depende se fortalezca, porque según lo entiendo aun reconocemos que la democracia es un buen sistema de gobierno.