sábado, 14 de junio de 2008

LAS DOS CARAS DEL SUJETO

El sujeto es la cara de Jano, en él existe una cara que mira al pasado y otra al futuro, advirtiendo dos momentos que en procesos de cambios sociales, generan incertidumbres, que se institucionalizan a nivel de las organizaciones, y en el individuo genera miedo, una inestabilidad que no debe obviar el grado de indefensión a la que también se enfrenta el ciudadano.
Si a esta idea agregamos el dilema al que se enfrenta el sujeto frente a la indeterminada función estatal, tenemos un escenario poco plácido, veámos, el informe Latinobarómetro para el año 2007 ha mostrado que la imagen del Estado como actor fundamental para solucionar los problemas sociales, en México, ha mantenido una percepción social baja para atacar los problemas que aquejan a la sociedad nacional. Aún hay más datos, en 1998 año de la primera evaluación el índice de manera favorable presentó que las capacidades estatales eran del orden del 31% de los encuestados, el año de 2007 registró un porcentaje de aceptación al papel protagónico del Estado de 26%. La reducción en esta percepción salta a la vista. Sin embargo, lo interesante de esta valoración numérica es la consistente caída en la percepción social de la capacidad que los gobiernos tienen para encontrar los mecanismos gerentistas para ofrecer respuestas a los dilemas que aquejan el entorno social.
Destaco sólo dos, el desempleo y la inseguridad pública, elementos que reafirman una posible tesis altamente individualista, elemento donde más ha pegado un discurso altamente privatizador pues la percepción más intima de la persona se ve expuesta a esta cultura competitiva y poco solidaria, con lo que nos enfrentamos con un complicado mundo colectivo. En este sentido, regresando sobre el individuo, en él existe la certeza de que hay una injusta distribución de la riqueza, lo cual siempre genera un desequilibrio colectivo, en la medida de que no se puede generalizar una solidaridad que internalice los valores de la libertad en un ambiente de mutuo reconocimiento que sólo brinda la categoría universal del ciudadano.
Es decir estamos ante la presencia de un ciudadano fragmentado, que adolece de una gramática que internalice valores como la tolerancia y el sentido de comunidad política, que ante la pobreza de contenidos, la idea de democracia no logra sintetizar, de nada sirve que pensemos en una ciudadanía democrática como elemento que permite frenar la intrusión y sobreprotección del Estado (Habermas, 2008:20). Si los valores conformadores de una identidad democrática no tienen cabida como proyecto político hegemónico de inclusión.
Así el principal dilema la que se enfrenta el individuo, es apostarle a la democracia como proyecto ético, del que se derive la autonomía del sujeto como un proyecto de libertad, que se traduce en la existencia de una correspondencia entre las libertades individuales, razón constitutiva del individuo en su presencia privada, y el fortalecimiento de los atributos políticos del sujeto en tanto actor del espacio público, donde su más nítida expresión es su capacidad de participación en los asuntos de incumbencia colectiva.
Para decirlo en palabras de Alain Badiou, la democracia es el lugar del problema (Badiou, 2008:21), en el que el protagonismo del ciudadano como del individuo representa un ambiente de difícil restitución en momentos en los que la corporeidad estatal se diluye como institución instituyente de valores, para ello se piensa en la política como arena regeneradora de la multiplicidad de éticas que convergen en su interior, sin embargo mientras esto no ocurre no pensemos en comportamientos moralizados en el ámbito privado.
Un espacio privado que de la misma forma que ocurre en lo público, las libertades no son ilimitadas, se condicionan al reconocimiento del derecho del otro, de ahí que la política se convierta en un ejercicio ciudadano, ya no más en una identidad con el gobierno. Hoy en día la crítica a los partidos preocupa no porque asuman la representación de las sociedades, por el contrario se evalúa su presencia como parte del nuevo margen de acción de la política representativa que coexiste con proyectos participativos, en los que movimientos sociales y organizaciones civiles tienen mucho que ofrecer en un marco global de colaboración en un mundo social compartido ajeno a las fronteras nacionales.
De esta forma nuestro interés es revalorar una política como proyecto ético de cooperación e interacción colectiva que restituya capacidades de deliberación al sujeto, y que a su vez sea el motivo de comprensión de lo público más allá de la política representativa, pues la ética no se representa fuera del individuo, como las libertades no tienen sentido si el hombre no las implementa en un fin mediado por la idea de bienestar y desarrollo. He ahí el dilema de un proyecto democrático.