domingo, 18 de noviembre de 2012

El asesinato de la ex Alcalde de Tiquicheo

por Salvador Mora Velázquez

Tiquicheo es un pueblo michoacano del oriente del estado que como municipio es clave porque está situado en una zona estratégica al colindar con Guerrero y el Estado de México, en donde la delincuencia organizada se ha convertido en un factor clave de inseguridad. Por eso, el pasado marzo de este año el gobierno federal, encabezado por el presidente de la República Felipe Calderón y el secretario general de la Defensa Nacional Guillermo Galván  pusieron en operaciones el 25 Regimiento de Caballería Motorizado. Con 600 hombres y 60 vehículos el regimiento dependerá de la zona militar 21 con lo que Michoacán se ha convertido en uno de los estados con mayor miembros del ejército emplazados, con ocho mil elementos castrenses.  En aquella ocasión, Felipe Calderón señaló que con la nueva instalación “estamos diciéndole a las y a los michoacanos que no están solos, que el Gobierno Federal, a través de las Fuerzas Armadas, está aquí para proteger a sus familias...” Incluso el secretario Galván indicó que el Ejército entraría en operaciones inmediatamente ya que la amenaza del crimen organizado atenta contra la paz , que no había sido una decisión unilateral que las autoridades estatales lo solicitaron, remató  la seguridad interior está amenazada.
El gobernador Fausto Vallejo apeló a la coordinación con el objetivo de hacer frente al combate frontal a la criminalidad. Estos tres actores, advirtieron de la inseguridad que enfrenta Michoacán, que enfrenta la población.
Sin embargo, el asesinato de la ex presidenta municipal, no acusa los cuidados preventivos que la acción militar se planteó cuando se propuso que el Campamento móvil del 25 Regimiento de Caballería se instaló en esa localidad. La respuesta militar en el estado, con la muerte de la militante perredista, es en el espacio micro regional, la misma historia que en la totalidad de la República Mexicana hoy determina un fenómeno del que no podemos escapar y nos lleva a hablar de la inexistente estrategia de prevención de la violencia a la que la población civil se ve expuesta en esta lucha frontal contra grupos delictivos que encuentran complejas formas para someter a las autoridades políticas, rebasar los controles y medidas que las fuerzas policiales y militares han establecido para mantener su “gramática del terror” y esta vez quitarle la vida a María Santos Gorrostieta. Presidenta municipal (de 2008-2011), en donde a raíz de su encargo recibió amenazas de grupos delincuenciales, antes de su asesinato sufrió dos atentos previos en uno de ellos asesinaron a su marido; el pasado 12 de noviembre fue plagiada, dos días después fue encontrado su cuerpo sin vida, las autoridades policiales del estado señalaron que la muerte de la ex alcaldesa fue por traumatismo craneoencefálico severo. No es la primera vez que asesinan a un presidente municipal el pasado noviembre de 2011, el alcalde panista de la Piedad Ricardo Guzmán fue asesinado a balazos, entonces el presidente de la República condenó el acto cobarde. Esta vez no hay noticias de alguna declaración, ni siquiera el gobierno del estado.
Los asesinatos de ambos políticos nos obligan a valorar que los protocolos de seguridad son exigüos porque no garantizan la protección de la vida y bienes, no blindan a la población de peligros subjetivos, no existe un ambiente de seguridad extendido que refiera a condiciones de comodidad y estabilidad personal, es decir de percibir una vida segura. También ambos ejemplos nos hablan de que la violencia se ha convertido en un factor que alcanza a los tres órdenes de gobierno. No sólo es el factor financiero, o la corrupción, los únicos factores que deben ser preocupación gubernamental, también es la seguridad subjetiva que está amenazada por la violencia cotidiana, que ni siquiera los regimientos móviles pueden detener o siquiera considerarse que con esta acciones se está generando un clima de protección de la población. Lejos de ser una ex presidenta municipal, el asesinato de una mujer más en México, debe hacer un llamado a órganos de defensa de Derechos Humanos, incluso hay que repensar si la exposición de los presidentes municipales a la violencia o amenaza del crimen organizado es con mucho producto a su trabajo próximo a la violencia de la que la población está “secuestrada”; es decir, así como las políticas ciudadanas nos ofrecen que es en el municipio el espacio para dinamizar la vida colectiva, es también un espacio –el municipio- que está amenazado por actores que de facto han doblegado a este orden de gobierno.
Por eso, ante una estrategia de seguridad en donde la estructura más endeble se ve expuesta a que las federalizadas sean exitosas quizá estaremos ante una recurrente déficit de seguridad ciudadana y subjetiva que no sólo afecta a un núcleo de actores sino amenaza al conjunto de la sociedad.